E staba cansada, ya había lavado la ropa, ordenado el departamento de dos plantas, jugado con su niño de cinco años y el sol de la tarde era denso haciendo el ambiente caluroso. Decidió dormir una siesta junto al niño en su cama, en el cuarto del primer piso disfrutando de la tierna infancia que la maternidad le regalaba. El sueño cae más rápido en verano, el cuerpo sudoroso encuentra alivio en el viento mecánico del ventilador y el silencio cansino del vecindario los venció a ambos. Entreabrió sus ojos sintiendo que alguien estaba en la planta baja. Se incorporó de la cama y prestó atención, no había ruidos, pero sentía que no estaban solos; agudizó todos sus instintos sin lograr escuchar nada. Pero la certeza de una presencia se le hizo sentir en la piel, en su estómago. Decidió bajar y en ese instante el niño se paró sobre la cama apoyándose en su espalda, abrazándola. No dijo nada pero su ma...